jueves, 25 de febrero de 2010

Javier Ojeda en los Acústicos de la UGR



III Ciclo “Otras Músicas”

JAVIER OJEDA
“Acústicos en la UGR”

Organiza: Cátedra Manuel de Falla / Centro de Cultura Contemporánea / Vicerrectorado de Extensión Universitaria y Cooperación al Desarrollo
Fecha: Jueves, 25 de febrero de 2010
Lugar: Salón de Actos, E.T.S. de Ingeniería de Caminos, Canales y Puertos
Hora: 20:00 h.

ENTRADA LIBRE (LIMITADA AL AFORO DEL RECINTO)

Decir que el disco ‘Polo Sur’ abre la carrera en solitario de Javier Ojeda, cantante de Danza Invisible, no es decir la verdad completa. De hecho, Javier lleva años buscándose la vida en garitos, descargas, colaboraciones anónimas, experimentos esporádicos, recitales sorpresa, discos de colaboraciones y demás, para poder sacar lo que al margen de Danza hay en él. Lo invisible del cantante más energético de su generación. Polo Sur no es más que la constatación discográfica de una realidad: el talento musical y el lenguaje expresivo de Javier Ojeda va más allá del libro blanco de Danza Invisible.

Polo Sur certifica varias cosas. Una, que Javier Ojeda pertenece por todo derecho a una transgeneración de cantantes teatrales, de histriones de la voz, en un país, España, donde a los intérpretes masculinos, salvo excelsas excepciones, les ha dado siempre mucha vergüenza salirse de su carril vocal y expresivo. Un ejemplo para entendernos: a Brassens o Brel sólo lo podían trasladar en español cantantes latinoamericanos. En España o somos muy excesivos o tenemos mucho sentido del ridículo. Javier es por mediterraneidad (o mejor, ‘malaguitud’), condiciones vocales y físicas, origen y carácter, formación musical y por llevar más años en el escenario que un palmero de Lola Flores, miembro de esa lista heteróclita de intérpretes donde habitan desde un Bunbury a un Tino Casal, desde un Raphael a un Nino Bravo, desde un Miguel Bosé a un Javier Álvarez, pasando por Mike Kennedy, por Camilo Sesto o Marc Parrot y su alias con peca.

En Polo Sur Javier es más amplio y Ojeda que nunca. Es seductor. Es crooner desatado. Es salsero medio tumbao. Es a veces David Sylvian fusionado con Héctor Lavoe. Es el chico al que cierto house le puede caber y el que ha sido capaz de convertir a los discutibles ochenta en referencia elegante, quitándole las hombreras y los lamés horteras. Los excesos de teclados en muchas de estas canciones se convierten en señales y texturas. Es otra de las certificaciones: los ochenta aportaron mucho más musicalmente de lo que se reconoce. Y estos ochenta de Polo Sur son elegantes y destilados.

Última certificación: se nota que Javier ama las canciones. Ama al pop (en el sentido amplio de música popular) y a estas alturas ya no se debe a bandera estilística alguna. Demuestra que viene de los ochenta pero que a estas alturas ya no le importa ser más Simple Minds que Bryan Ferry o ser más Prefab Sprout que New Order. No le importa reconocer que los boleros le matan. Que le gusta bailar y hacer bailar. Llegados a los cuarenta años, ya somos dueños de nuestra fatalidad o nuestra excelencia. Lo único que le pedimos a un artista es que nos cuente lo que sabe. Que no cree tan sólo pensando en los otros 40 que se llaman principales. A partir de ese momento sólo se entra en los cuarenta por derecho, aunque camines torcido. Y Javier sabe mucho más de lo que muchos sospechan.

Ha hecho un disco que también es un poco ahí queda eso. Devorador de ritmos y sonidos, Javier puede irse ya tranquilo a la cama con este Polo Sur. Elegante y lleno de alma. Oscuro a veces y sugerente siempre. Como un volcán helado. Como esos depredadores que sin tocarte un pelo te hacen temblar sólo acariciando el borde de una copa sin mirarla. Hijo de su historia, nos la cuenta ahora. Estamos ante un músico con cosas que contar. Con cosas que cantar.

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